miércoles, 30 de marzo de 2011

91.

Sacó tres libros, abrió el de la izquierda y la miró de soslayo. Estaba absorta. Su corazón hacía tiempo que se había saltado los límites de velocidad y su jodida vida siguía sin tener sentido. Después de tres años de facultad compartiendo compañeros se sentía extraño sin ellos delante y, pudiendo romper el silencio, las palabras sólo se reducían a un lagrimeo que le desenfocaba la teoría de los libros. Las ilusiones lanzan al corazón alto, las estrellas le ceden luz y la gravedad estira los brazos para traerte de nuevo. Siempre hay alguien que nos echa de menos. Aunque sea el puto nueve coma ocho. Las rodillas nos flaquean al intentar levantarnos, las rozaduras se agarran a tu piel y las ilusiones han volado. Se han borrado del mapa. Pronto vuelven para recordarte que estás solo.


Cerró los libros a las ocho y diez. Ella bostezaba.

-Es cierto, eres muy bueno.

-Gracias. Si necesitas algo vuelve a buscarme.
-Lo haré.

Cogió la gabardina, se la puso y, antes de dar la vuelta, se atrevió a decir:


-¿Cómo estás?

-Agotada- se le escapó una pequeña carcajada- ¿y tú?

-Jodido. No sé tu primer apellido, me sé cada curva que se tuerce en tu mano, creo que sé cuantas pestañas te tapan la mirada y, encima me ha gustado el café que me has preparado. Y con todo, tú sólo estás agotada.




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