jueves, 17 de marzo de 2011

Treinta y cinco.


-¿Me sacas a bailar?
Respiró hondo, puso los ojos en blanco y exclamó:
-¿Para qué quieres salir a bailar? Nunca te ha gustado hacerlo.
-Hoy me pican los tobillos, el fémur y las caderas.
Se levantó con parsimonia intentando localizar un hueco en la pista. Antes de localizar nada ella ya lo llevaba al centro de la pista, frente al escenario. Era la primera vez que la veía ondearse como una chispa, como una hoguera recién encendida. La miró con desconcierto e intentó recordar algunos pasos de baile que aprendió en Teatro. No consiguió imitar las coreografías de sus recuerdos y se detuvo en medio de la pista. Para observarla. El sudor brillaba en su piel y se enredaba entre su pelo. Ella lo miró por debajo del flequillo y se agazapó entre la marea de gente, impulsada por el alcohol. Volvió a la barra y esperó toda la noche. Cuando por fin la gente desapareció y la aglomeración se hizo menos asfixiante, se animó y se unió. Bailó solo. No se fijó en la dirección de sus brazos ni en el compás de sus piernas, que frenaron de repente al verla sonreir en la esquina. Se acercó despacio y dijo:
-¿Te gusta bailar sin mí?
-No, me gusta hacer este tipo de cosas para que no me dejes solo en las discotecas. A veces cuando te marchas noto cómo el mundo se detiene y necesito pisar fuerte para traerte de vuelta. No me gusta que me dejes solo entre tanto ruido, ¿y si no me oyes? Ahora ya sabes por qué no me gustan nada estos sitios.




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