miércoles, 16 de marzo de 2011

Cuarenta.

A media luz, me sostiene con sus cálidas manos, le sonrió y el arruga su nariz dándome confianza. Persigue sin detenerse a través de las líneas curvas de mi cuerpo, llegando a cada resquicio acabando sobre el suyo. Me desea, habito en él, me hace suya, somos eternos. Con menos luz, despacio, repaso la calma de mis latidos, seguimos respirando, su vida se refleja en mi espalda, mi nombre se tatúa en el epicentro de la suya. Sus besos quedan sepultados sobre los míos, y mis uñas cavan su piel hasta albergar en el centro de su corazón, agarrándome con fuerza, su boca encuentra mi calor, que a la vez ha perdido la aptitud de subir hasta la superficie. Las hormonas terremotean en mi estómago hasta hacerme cosquillas.



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